miércoles, 14 de febrero de 2007

LOS SILENCIOS DE LAS MADRES





"...Por tu bondad y tu amor
porque lo mandas y quieres
porque es tuyo mi dolor...
¡bendita sea, Señor,
la mano con que me hieres!

José María Pemán
Escritor del siglo XX, hoy casi olvidado

Ayer me levante con una tristeza imparable. Extraña y descentrada me sentí porque no estamos en Noviembre. Pero un cúmulo de cosas palpables y no palpables zumbaban a mi alrededor, como ávidas abejas a la conquista del picotazo. Gracias a Dios se fueron ahuyentando al comprobar que no me retractaba,como otras veces, de la cita con mi hija Tamara en el nudo Gordiano de los autobuses de Felipe II.
Un hecho casi científico, es el de que uno amanece con la misma vestimenta con que la noche anterior arropó sus sueños y no me refiero a la que abriga lo corporal sino a esa otra que envuelve la fragilidad del alma. Para que se entienda: si te acuestas triste, triste te levantas.
Todo el mundo y en todos los tiempos propaga la grandeza de las madres, parece que no existe bicho viviente que no adore a su madre. Tal vez por eso ha ascendido a las pasarelas de la publicidad la moda de quedarse embarazada, en ocasiones sin otro compromiso que el de las apetencias o las compensaciones traducidas en el vil metal o en la no menos gratificante de la popularidad. Pero ¿qué sabe nadie de amaneceres sin fuerza ni motor para tomar las riendas, una y otra vez, de la empresa familiar libremente constituida, para la que nunca existirá embargo o declaración de quiebra, por mucha apariencia de ruina que algunos crean detectar?. ¿Qué sabe nadie de los silencios, palabras frenadas, acumulación de reproches y aceptación de los que no llegaron a formularse, culpabilidades asumidas y aquellas otras que por no buscar autores almacena el abrazo interior de una madre?. Ese bagaje interno, cuanto más interno más de madre, es lo que configura el auténtico seno materno. El día que ellas se decidan a hablar: ¡adiós adoración y adiós grandeza!.
No son los meses de embarazo ni crianza, ni las noches de guardia aliviando sarampiones o paperas, vigilancias amorosas suplantadas ya por las vacunas, ni las rabietas infantiles resurgidas en la mayoría de edad de los hijos, ni las noches en vela por los "FINDE" cada vez más largos y cada vez más intensos, ni los golpes de la vida, buscados o no buscados, lo que dibuja el auténtico halo materno. Nada de eso es relevante, ni tropezar con sus tropiezos y aguardar, con el mismo amor con que aguardaste su primer llanto, para recoger uno a uno sus pedazos. Eso es el amor y el amor tamiza el corazón con una neblina que suaviza el dolor. La verdadera grandeza de las madres son los silencios y las sonrisas que apenas se pueden esbozar. Así debió entenderlo el primero que dijo aquello de: "Madre no hay más que una".

Con meridiana claridad reconozco que estoy profanando este rincón "De Dentro" que se inició bajo los auspicios de la Alegría (Laetáre, Alégrate, para los que no saben o han olvidado el Latín). Y todo porque ayer amanecí con la tristeza de Noviembre y era 12 de Febrero. No importa, siempre se tiñe de alegría la tristeza de las madres porque nunca termina en la papelera. En ocasiones a ella se envía pero tarde o temprano alguién sabe recuperarla.

Quiero recordar de manera ferviente, en esta noche en que las abejas de ayer tornaron a su enjambre, a todas esas madres silenciosas, de todas las épocas que siembran por el mundo promesas y esperanzas. Pero sólo nombraré a dos, y que nadie se extrañe. La primera a la madre de ese depravado y sangriento terrorista (de cuyo nombre no quiero dejar rastro en estas líneas) que chantajea con su propia vida cuando no tuvo piedad para sesgar la de venticinco españoles inocentes. Y la menciono porque ha saltado estos días a la Prensa, no sabemos con que objeto. Siempre guardó silencio y sólo supimos algo al término de su vida. ¡Bendita misericordia de Dios!, cuando un Alzheimer nubló para ella la visión de tal hijo.


Y de la otra poco tengo que contar porque se trata de la mía: Puri, o Baita como mi hija mayor inventó para que todos la llamaran. Demasiado perfecta para mí que era una calamidad y a la que, por mi torpeza, nunca llegué a comprender del todo; ni siquiera cuando fui cometiendo los mismos errores, con mis hijos, que a ella le achacaba. Y ya es tarde, madre, muy tarde para aprender de tus silencios.

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