Cuando en San Juan, el macizo de Hibiscus de la urbanización comienza a perder sus flores, ya sé que es hora de regresar a Madrid. Aquí estamos ya, dando gracias a Dios por el tiempo de descanso que nos ha concedido.
El verano en el campo lo compartimos con los hijos y los nietos, otro regalo de Dios, al menos para nosotros eso es la familia, y desearía que así fuera para todo el mundo, creo que de una manera u otra así lo es, se reconozca o no se quiera reconocer. Por eso los gobiernos deberían volcar su servicios a favor de esta institución que es la Célula Primordial de la Sociedad, donde se desarrollan los primores valores éticos y morales para una convivencia en paz, aunque en ocasiones haya desavenencias, uno siempre vuelve al seno familiar buscando y dando el calor y el apoyo que se le niega en otros lugares.
Con toda seguridad si los políticos entendieran esto, si supieran volcarse en apoyo y defensa real de la familia no tendríamos que sufrir los escándalos de corrupción que están a la orden del día y que tanto nos abochorna a los españoles que deseamos una auténtica Democracia, encauzada al verdadero bien común de todos los ciudadanos, quienes, con nuestro voto y dinero, los mantenemos en el poder y no para enriquecimiento de unos pocos.
Claro que esto es otro cantar, y el que hoy quería entonar es el de agradecimiento al Padre Eterno que tiene siempre nuestros tiempos en sus manos. Estos largos días que nos ha concedido al matrimonio para dedicación exclusiva de uno al otro, algo que cuando éramos más jóvenes resultaba prácticamente imposible, por sus ausencias militares y por mi exhaustiva dedicación al hogar plagado de los diez hijos que Dios nos dio, han sido dichosos y de mucha paz. Junto al mar el alma se expande, el ánimo se recarga de energía para afrontar el duro invierno, el del tiempo y el de la edad.
También quiero contaros que mi cariño a esta planta del Hibiscus nació de la lectura de un libro que releo con cierta frecuencia y que no me importa recomendar, aunque ya lo hice en otra ocasión; su título: "Martes con mi viejo Profesor" ¿Se sobrentiende porque elegí los martes para traer al Capitán a mi blog?
Es un libro autobiográfico, escrito por Mitch Albon en el año 1997, en el que cuenta su relación con el profesor , sociólogo, Morrie Shwartz, relación interrumpida por 16 años y que se reanuda cuando el viejo profesor está a las puertas de la muerte por una Esclerosis muy avanzada, conocida por Ela.
En sus visitas de los martes a Morrie, recoge el alumno sus mejores lecciones, las cosas más importantes de la vida:
La importancia del amor, de saber dar amor, los amigos, el perdón... Para el Profesor lo primero es la Familia, confiesa que sin ella ese declive que está viviendo cara a la muerte, sería mucho más penoso. Le enseña a conservar el matrimonio para siempre con éxito. Le hace partícipe de su complacencia en conocer la cercanía de la muerte, convivir con ella porque así tiene la oportunidad de hacer la paz con todos los que pasaron por su vida.
Mitch graba estas conversaciones con su profesor y de ellas nace el libro. No es un libro religioso, aunque Morrie tiene su visión de Dios, al parecer algo influida por el Budismo, pero la serie de valores que transmite, la serenidad y paz con que lo hace para mi la quisiera yo a la hora de mi muerte.
El Viejo profesor, respira con Oxígeno, en su cama, frente a la ventana que le asoma a la Naturaleza, se encuentra esta planta del Hibiscus colocada por su esposa, la mira complacido hasta el final de sus días.
Su funeral fue un Martes, al que Mitch acude para decirle que continuará hablando con él después de su muerte, con estas palabras:
"Usted habla y yo escucho"
Y termino con este post tan revuelto de ideas, con la esperanza de no haberos creado confusión alguna, querida familia bloguera.