LUCHA SANGRIENTA

Seguro que más de uno espera de este renovado De Dentro un post que desprenda rayos y centellas, como en los tebeos antiguos, contra todo lo indignante, molesto, injusto, depravado, abusón, despilfarrador , indecente, embustero, asesino de bebés... de la sociedad, o sea del gobierno. Por algo ha vuelto a su anterior cabecera diréis, con el cañón enfilado hacia los gabachos.

En parte tenéis razón porque voy a escribir sobre lucha y lucha sangrienta, a muerte. Pero como la culpable del cierre de este blog fuí yo y nada más que yo, la que condujo el ratón al rectángulito de SUPRIMIR pintado de rojo; con toda su furia como si estuviera aniquilando un ejército de fieras salvajes, he decidido que mi lucha a muerte va a ser INTERIOR. Al que no le interese seguir leyendo que lo deje ya. Los demás que tengan paciencia porque voy a ser algo pesada.

Aceptamos que España está en peligro, desmoralizada que a la gente de la calle le trae sin cuidado la desvalorización de todos los principios que la hicieron grande, que sólo les importa el valor del euro. El remedio no está en subirse a una tarima en medio de los parques y predicar. El remedio pasa por elevar el nivel espiritual de los que nos rodean. ¿Y esto cómo se hace?. Para elevar el nivel de producción de una empresa hay que realizar un gran esfuerzo.Es necesario aumentar el capital o el trabajo, o los dos activos a la vez. En lo no tangible, como el nivel espiritual del pais, sucede algo semejante. Hace falta un esfuerzo de titanes para lograrlo. Ese esfuerzo sólo puede buscarse en la LUCHA INTERIOR de cada uno.

¿En qué pilares vamos a apoyar el cañón para la gran batalla?, en dos fundamentales: el optimismo y la esperanza. Lo que no he querido cambiar de la imagen de la cabecera ha sido la frase de Aristóteles: "La esperanza es el sueño del hombre despierto". Hay que soñar despierto; soñar que todo lo que nos propongamos es posible. En cualquier guerra lo principal es la moral de victoria del soldado. por eso los japoneses utilizaban la radio para desmoralizar al enemigo, con mensajes como éstos: "Estáis vencidos; vuestros jefes os han abandonado, la unica salida es la rendición...".

La estrategia no es distinta en la pelea interior, el enemigo es ese yo interno, empujado por el demonio que nos dice al oido: "para que te vas a molestar, para que vas a emprender esto o lo otro si no eres capaz de salir adelante". Si prestamos oídos al desánimo, al pesimismo nunca conseguiremos ganar una batalla. Y tu y yo sabemos que el jefe de nuestro ejército siempre permanece en pie de guerra, observándote, apoyándote para que no tiemble tu brazo, para que no te entre la flojera.No podemos jugar a batallitas como soldados de plomo. Nuestra lucha contra nosotros mismos ha de ser sangrienta, como dice San Pablo a los Hebreos: "Aun no habéis resistido hasta la sangre combatiendo contra el pecado", ese es el extremo al que es necesario llegar en la pelea contra uno mismo, hasta la sangre Cada uno sabe el terreno en que debe luchar para conseguir esa elevación del nivel espiritual, con el que luego irá contagienado a unos y otros.

Pero yo en esta hora del silencio, que es la hora de Dios, lo primero que te aconsejo a tí y a mí es: REZA. Reza para que Dios te ilumine en esos puntos de lucha que tienes que marcar en el plano de tu guerra particular. Reza para que puedas encontrar a la persona que se haga cargo de tu pelea, que la controle que la dirija. En esta hora de Dios ponte de rodillas con el cuerpo y con el alma y deja que te inunde la gracia del Señor. No digas que ya no sabes, tú reza. Trabajas, sirves, te entregas a los demás y sabes amar. Es lo que llevas haciendo cada día y sólo necesitas dar un giro a tus acciones. El giro de todo eso es hacerlo por Dios. Así estarás rezando aunque tus labios no se muevan.

Reza y Dios verá que tu vida es un puro grito, que se levanta hasta el cielo pidiendo consuelo y fuerza porque estás al borde del abismo. Y si ni siquiera te sale ese grito dí sólo; ¡¡ay, Dios mío, ay Dios mío!!. Repítelo despacio y estás haciendo oración. Dile que te arrepientes, dile que le das gracias, dile que olvidas todo lo que El quiere que olvides, dile que te proteja, dile que te ayude a ser mejor mañana. O dile la jaculatoria que al final de sus días repetía sin cesar Don Alvaro del Portillo:

¡Gracias, Perdón, Ayúdame más!.