CRISTIANISMO, ¿ RELIGIÓN O SECTA?

No sé si estoy hoy en condiciones de hablar de San Pablo, pero en una homilía que escuché hace unos días a un dominico, hubo algo que me hizo pensar en el Apóstol de las Gentes y en lo fundamental que fue su predicación para el Cristianismo. Y a lo largo de este año, proclamado por Benedicto XVI como el de jubileo paulino, debemos aprovechar para volver una y otra vez sobre esta persona que fue crucial en el arraigo de una religión como la cristiana.
El tema es:
¿Qué habría sido del Cristianismo sin la predicación de San Pablo?.

La respuesta que se nos viene a la cabeza es que no habría pasado nada, que ya Jesucristo había dejado a sus doce apóstoles encargados de su expansión. Pero si profundizamos algo más en las circunstancias y costumbres del pueblo judio de la época, es fácil darse cuenta de que el Señor tuviera que tomar aquella decisión trascendental de hacer caer del caballo a quien más tarde tuvo que "bajar del burro", a los propios apóstoles elegidos.
El Cristianismo sin Pablo de Tarso hubiera quedado convertido en una más de las sectas judías: fariseos, saduceos... Esta afirmación puede parecer una heregía y no lo es. Para empezar sólo se habría predicado entre los judíos. Nunca hubiese llegado a nosotros, los gentiles, esta palabra de Dios hecha carne, muerta y resucitada. Puede que hubiese dado lugar a dos clases de cristianos los fieles a la Ley, judios-cristianos, y los no fieles a la Ley paganos-cristianos; gran impedimento para esa vocación de universalidad inherente a la religión de Cristo. Pero es que, nadie, por añadidura, habría sido capaz de desembarazar la nueva religión de los prejuicios y preceptos que agobiaban a los buenos judios. Y no olvidemos que Pedro y los demás eran fieles judíos. Tanto es así que de todos son conocidas las grandes disputas sostenidas entre Pedro y Pablo.

¿Cual fue la novedad de S. Pablo?
Lo que fue capaz de defender, a capa y espada con la misma furia, si puede llamarse así, con que perseguía a los primeros cristianos, fue que la moral y espiritualidad cristiana estaban vacías de todo contenido si no se unía a la persona de Cristo. Si éstas se desgajaban de su persona, divina y humana, todo se convertiría en pura esclavitud moralista. Es esta una lección que no podemos olvidar en el mundo presente. Con cuanta facilidad muchas de las personas que se declaran católicas o creyentes dicen oponerse a las normas cristianas, a los Mandamientos. Esto es así porque sólo ven en ellos diez cargantes preceptos que encierran muchos más. No saben llegar al fondo del amor a Dios. No es un Dios justiciero lo que Pablo nos legó a los cristianos; es un Dios hecho persona que pide amor y amor sin límites, no sujeto al cumplimiento por el cumplimiento, sino volcado en la persona de Cristo. Sólo el que ha conocido a Cristo puede vivir la moral cristiana sintiéndose liberado de toda atadura.

Ya lo decía el Papa: El Cristianismo es una Persona, Jesucristo. Y Pablo, desde un principio, presentó y predicó el Cristianismo como una consecuencia de la unión con Jesucristo. La misma Iglesia, donde se unieron gentiles y judios no sólo simboliza, sino que es la más íntima unión con Cristo y la misión de Cristo. Por eso el Papa, será siempre la cabeza visible de nuestro Señor.

A la luz de ese amor y esa unión con Jesucristo se pueden vivir los Mandamientos como los bastones imprescindibles para un cristiano creyente, la fe es la que salva, pero los bastones son imprescindibles para emprender y seguir con constancia el camino de la liberación verdadera, el camino del Reino de Dios.

Esa liberación que sólo procede del conocimiento y unión con Jesucristo fue la aportación y el legado de San Pablo al mundo cristiano.

Repito, como escuché al dominico, sin la predicación del Apóstol de los gentiles el Cristianismo no hubiera pasado de ser una secta judia.