Hoy, con el Miércoles de Ceniza tan cercano, sólo podía traer al Arcendo más reflexivo y profundo, al que desde siempre entendió la Cruz de Cristo como propia y supo hasta el final de sus días hacerla suya, cargarla con Él, crucificarse con Él, a la espera de la Resurrección.
Este post es uno más de los que nos fue dejando para provecho nuestro, no para deslumbrarnos ni admirarnos de lo mucho que sabía o lo bien que lo expresaba, sino para compartir con sus amigos blogueros todo lo que él iba aprendiendo en su vida llena de dificultades, pero siempre alegre, feliz, disfrutando con todo y con todos y amando por encima de todo la Voluntad de Dios.
lunes, 9 de marzo de 2009
CON LA CRUZ, POR LA CRUZ. (Pensamiento de cuaresma)
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A paso lento, pero seguro, avanzamos hacía la Semana Santa por el camino luminoso de la Cuaresma. Senda esta, de ayuno, sacrificio, dolor y ALEGRIA.
Cada año por estas fechas, siempre me viene a la memoria el poema “La saeta” del gran Machado (D. Antonio); será por aquello de que “en todas las primaveras” siempre hay alguien “pidiendo escaleras para subir a la Cruz”. No es mala empresa esta, de SUBIR (otra vez ese dichoso verbo) a la Cruz.
Lo peor, es que a pesar de la belleza y la profundidad de sus versos, el bueno de D. Antonio, me temo que en esta vida no llegó a comprender del todo el sentido de aquella Cruz; para él fue más patíbulo y castigo, que árbol de Vida y trampolín de salvación:
“No puedo cantar, ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar”.
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Es curioso que, precisamente sea ese Jesús de los milagros, el que más les llama la atención a esos que, honestamente se dicen ateos y descreídos; el otro Cristo, pleno de humanidad y vulnerable a la muerte, es rehusado hasta la negación; su visión es horrible, la soledad de aquella muerte tan atroz da miedo. Para ellos es inconcebible que Dios pueda morir así, sin mover un dedo.
Para estos sinceros y honrados ateos, que haberlos haylos como D. Antonio, de los que hace poco hablaba mi hermana “Guerrera de la Luz” en un maravilloso comentario (Ver enlace); aquella muerte y aquel sufrimiento son desesperantes, cierran en falso el ciclo de la vida de Cristo en la tierra. En el Calvario se cierran todos los caminos, acaban todas las posibilidades. De ahí se entienden aquellos otros versos:
“Cuando de nada nos sirve rezar, caminante no hay camino, se hace camino al andar”. ¡Que gran equivocación!.
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En estos tiempos de oscuridad, se tiende a contagiar del negro virus de la desesperación a todo bicho viviente.
Hay muchos detractores de la Semana Santa que dicen que a los cristianos nos va el morbo, que nos gusta compadecernos, flagelarnos, que en definitiva nos gusta ver sufrir y sufrir. Para ellos, la iconografía de Semana Santa, llena de dolorosas y crucificados lo atestiguan.
Sin embargo, tanto la Cuaresma como la Semana Santa acaban siempre con el glorioso triunfo de la Vida..
Este tiempo de Cuaresma son acumulación de momentos de esperanza, donde no cabe el desánimo, ni la decepción. Aquel Cristo caminante sobre las aguas, es el mismo que morirá por nosotros, y que precisamente para demostrar su divinidad, vencerá a la oscuridad de la muerte, porque solo Él, es Dios.
Don Antonio se equivocaba, “ese Jesús del madero” en donación plena, es la prueba máxima del Amor; es a ese precisamente, a ese Jesús sufriente camino del Gólgota, a ese Jesús muriente en la Cruz del monte Calvario, al que los cristianos veneramos en la Semana Santa con más alegría y esperanza. Porque sin ese paso necesario la Resurrección y la Victoria final, simplemente no serían.
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Como os decía en el post anterior, acabamos de celebrar la fiesta de la transfiguración del Señor. En este punto convendría recordar que en la vida de Jesús se suceden cuatro epifanías, cuatro momentos de gran relieve, en que Dios, en la persona de su Hijo, muestra a los hombres su divinidad.
La primera, en su nacimiento, en la epifanía a los Magos.
La segunda, al comenzar la vida pública, en su bautismo, donde los evangelistas nos presentan la epifanía “trinitaria”.
Y la última epifanía tiene lugar en la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, como una flecha radiante de luz y de vida.
Pero… la tercera, cronológicamente hablando, es precisamente la epifanía sobre el monte Tabor, donde Jesús muestra su divinidad transfigurándose ante Pedro, Santiago y Juan. Los mismos tres discípulos que intentarán velar en Getsemaní.
En aquel pasaje, también su persona y su figura resplandecen de luz divina, jamás vista y experimentada, que les hace pregustar la belleza y el gozo del mundo de Dios. Y la voz de Dios, vuelve a intervenir igual que en su bautismo: “Este es mi Hijo, mi Elegido. Escuchadle”.
Pero aquel resplandor del Tabor está estrechamente unido, precisamente a la transfiguración del Gólgota…donde Dios, sin dejar de serlo, se hace realmente uno de los nuestros, y muere; y precisamente por eso, somos salvos.
.
Después, Cristo como Dios, resucita; la Vida puede más que la muerte, y la victoria pasa precisamente por aquel madero que Machado rechazaba, llega por la Cruz y por la humillación; y al final Dios, y con El nosotros, vencemos a la muerte. Por eso nuestra religión no es una religión de pusilánimes, ni tampoco de perdedores sino de Victoria y de alegría.
.La alegría es seña del cristiano, la tristeza es aliada del enemigo, la alegría verdadera, la que deja poso en el alma no tiene que ver nada con la comodidad, sino con “el madero” de la Cruz.
Es cierto que experimentar esa alegría, en muchos casos, constituye un desafío incomprensible para esta sociedad pero esa alegría cristiana nace precisamente de la opción fundamental por el Señor Jesús clavado en la Cruz, y en la asunción personal por ese consejo del Maestro: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”; ese es el quiz de la cuestión.
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Así pues, acabemos esta reflexión con otro poema, esta vez… de autor desconocido del siglo XV:
Cada año por estas fechas, siempre me viene a la memoria el poema “La saeta” del gran Machado (D. Antonio); será por aquello de que “en todas las primaveras” siempre hay alguien “pidiendo escaleras para subir a la Cruz”. No es mala empresa esta, de SUBIR (otra vez ese dichoso verbo) a la Cruz.
Lo peor, es que a pesar de la belleza y la profundidad de sus versos, el bueno de D. Antonio, me temo que en esta vida no llegó a comprender del todo el sentido de aquella Cruz; para él fue más patíbulo y castigo, que árbol de Vida y trampolín de salvación:
“No puedo cantar, ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar”.
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Es curioso que, precisamente sea ese Jesús de los milagros, el que más les llama la atención a esos que, honestamente se dicen ateos y descreídos; el otro Cristo, pleno de humanidad y vulnerable a la muerte, es rehusado hasta la negación; su visión es horrible, la soledad de aquella muerte tan atroz da miedo. Para ellos es inconcebible que Dios pueda morir así, sin mover un dedo.
Para estos sinceros y honrados ateos, que haberlos haylos como D. Antonio, de los que hace poco hablaba mi hermana “Guerrera de la Luz” en un maravilloso comentario (Ver enlace); aquella muerte y aquel sufrimiento son desesperantes, cierran en falso el ciclo de la vida de Cristo en la tierra. En el Calvario se cierran todos los caminos, acaban todas las posibilidades. De ahí se entienden aquellos otros versos:
“Cuando de nada nos sirve rezar, caminante no hay camino, se hace camino al andar”. ¡Que gran equivocación!.
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En estos tiempos de oscuridad, se tiende a contagiar del negro virus de la desesperación a todo bicho viviente.
Hay muchos detractores de la Semana Santa que dicen que a los cristianos nos va el morbo, que nos gusta compadecernos, flagelarnos, que en definitiva nos gusta ver sufrir y sufrir. Para ellos, la iconografía de Semana Santa, llena de dolorosas y crucificados lo atestiguan.
Sin embargo, tanto la Cuaresma como la Semana Santa acaban siempre con el glorioso triunfo de la Vida..
Este tiempo de Cuaresma son acumulación de momentos de esperanza, donde no cabe el desánimo, ni la decepción. Aquel Cristo caminante sobre las aguas, es el mismo que morirá por nosotros, y que precisamente para demostrar su divinidad, vencerá a la oscuridad de la muerte, porque solo Él, es Dios.
Don Antonio se equivocaba, “ese Jesús del madero” en donación plena, es la prueba máxima del Amor; es a ese precisamente, a ese Jesús sufriente camino del Gólgota, a ese Jesús muriente en la Cruz del monte Calvario, al que los cristianos veneramos en la Semana Santa con más alegría y esperanza. Porque sin ese paso necesario la Resurrección y la Victoria final, simplemente no serían.
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Como os decía en el post anterior, acabamos de celebrar la fiesta de la transfiguración del Señor. En este punto convendría recordar que en la vida de Jesús se suceden cuatro epifanías, cuatro momentos de gran relieve, en que Dios, en la persona de su Hijo, muestra a los hombres su divinidad.
La primera, en su nacimiento, en la epifanía a los Magos.
La segunda, al comenzar la vida pública, en su bautismo, donde los evangelistas nos presentan la epifanía “trinitaria”.
Y la última epifanía tiene lugar en la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, como una flecha radiante de luz y de vida.
Pero… la tercera, cronológicamente hablando, es precisamente la epifanía sobre el monte Tabor, donde Jesús muestra su divinidad transfigurándose ante Pedro, Santiago y Juan. Los mismos tres discípulos que intentarán velar en Getsemaní.
En aquel pasaje, también su persona y su figura resplandecen de luz divina, jamás vista y experimentada, que les hace pregustar la belleza y el gozo del mundo de Dios. Y la voz de Dios, vuelve a intervenir igual que en su bautismo: “Este es mi Hijo, mi Elegido. Escuchadle”.
Pero aquel resplandor del Tabor está estrechamente unido, precisamente a la transfiguración del Gólgota…donde Dios, sin dejar de serlo, se hace realmente uno de los nuestros, y muere; y precisamente por eso, somos salvos.
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Después, Cristo como Dios, resucita; la Vida puede más que la muerte, y la victoria pasa precisamente por aquel madero que Machado rechazaba, llega por la Cruz y por la humillación; y al final Dios, y con El nosotros, vencemos a la muerte. Por eso nuestra religión no es una religión de pusilánimes, ni tampoco de perdedores sino de Victoria y de alegría.
.La alegría es seña del cristiano, la tristeza es aliada del enemigo, la alegría verdadera, la que deja poso en el alma no tiene que ver nada con la comodidad, sino con “el madero” de la Cruz.
Es cierto que experimentar esa alegría, en muchos casos, constituye un desafío incomprensible para esta sociedad pero esa alegría cristiana nace precisamente de la opción fundamental por el Señor Jesús clavado en la Cruz, y en la asunción personal por ese consejo del Maestro: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”; ese es el quiz de la cuestión.
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Así pues, acabemos esta reflexión con otro poema, esta vez… de autor desconocido del siglo XV:
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No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor: muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara.
Y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
.Pidamos pues a María, Madre Universal de los redimidos, que nos ayude a estar con Ella, al pié de aquel madero, donde se gestó por AMOR, la Salvación del mundo; al final «la noche será clara como el día, y se iluminará todo por nuestra inmensa alegría» de estar a su lado para siempre.
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor: muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara.
Y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
.Pidamos pues a María, Madre Universal de los redimidos, que nos ayude a estar con Ella, al pié de aquel madero, donde se gestó por AMOR, la Salvación del mundo; al final «la noche será clara como el día, y se iluminará todo por nuestra inmensa alegría» de estar a su lado para siempre.
3 comentarios:
¡Hola Militos! Preciso, claro, conciso y lleno de Amor, siempre humilde y alegre. Gracias, Hoja. Bellísimo texto.
Tenemos puente, por eso he llegado antes.
No conocía esta entrada, la guardo ahora mismo, no tiene desperdicio.
Me encanta cómo comentas y la imagen. Entro.
Gracias por tu constancia y generosidad, qué suerte tenemos.
Feliz día (y montones de besos,claro), querida Militos.
Qué buena reflexión para comenzar la cuaresma.
Por fin alguien escribió una réplica a los famosos versos de D. Antonio.
Gracias Mili.
No sabes cuanto bien me haces.
DTB!!
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