martes, 17 de noviembre de 2015

MARTES CON ARCENDO. ORAR


Insisto,.... porque creo que nos va mucho en ello, y porque sin eso, además de perder credibilidad, perdemos la propia fe.

Sabemos que del roce nace el cariño.
Sabemos también, que las relaciones interpersonales son vitales para el desarrollo humano y para la propia estabilidad: ¡vamos, para no perder la chaveta!
Sabemos que..., si nos llamamos cristianos es imprescindible oír la voz de Cristo.
De lo que se deduce... que es imprescindible ¡rezar!
Y esto es así desde siempre, incluso desde antes que nuestra querida madre, en aquella tierna y alejada infancia nos lo repitiera con tanta insistencia como cariño.
¡Rezamos poco!, ¡Mea culpa!.

Decían antes, y hoy sigue más que vigente, que los tres fines principales de la oración, son la alabanza, la petición y la acción de gracias. Hoy..., quisiera centrarme más que nada, en ese último punto, en LA GRATITUD, porque de verdad...., hay motivos sobrados para ello.

Personalmente, sé que rezo poco y...., además me da la sensación, Señor mío, de que cuando lo hago...., lo hago regulín, regular..., porque no me acabo de creer lo que pasa.
Lo cierto es que..., cuando rezo, y te pido que controles esta o aquella situación; que apoyes aquel proyecto; que cures aquella dolencia mía o de otro..., que en definitiva me eches una mano........ Sé que luego..., suceden cosas, ¡lo sé!
 
Acontecimientos imprevistos, sucesos sorprendentes, situaciones impensadas y todas llevan el sello personal e intransferible del amor, tu inconfundible marca.
Tengo todos los datos, tengo los indicios, todas las señales, no son posibles las dudas, finalmente te siento, siempre, como el único autor posible de todo lo bueno que (me) pasa.

Lo que ocurre es que a veces me ciego, me obstino; y ese encuentro inigualable contigo, que yo soy incapaz de explicar, acabo llamándolo "suerte" -maldito lenguaje-.
Suerte, casualidad, coincidencia, potra.... ¡Tonto de mí! Las casualidades no existen.
Que pena me da, haber olvidado tantas veces aquellas dos palabras aprendidas de niño, que reparo más absurdo no poder utilizarlas ahora. Llamar las cosas por su justo nombre: ¡Divina Providencia!

¿Suerte?.... Nada tienen que ver las prácticas astrológicas, tarotísticas, las conjunciones de planetas, los posos del capuchino, y ni siquiera tiene que ver cualquier otra teoría por muy científica que sea.... La suerte no existe. Llamamos suerte a lo que deberíamos de decir, AMOR.

Cada acontecimiento es una encrucijada donde tú, Señor, me esperas...
Gracias, por tener en cuenta todo, por preverlo todo, por darme lo que necesito, por regalarme oportunidades, por atender mis llamadas.
Gracias Señor, por las cosas recibidas y también, por las perdidas y no halladas.
Por lo negado y lo anticipado. Por los tiempos que marcas, que siempre juegan a mi favor... ¡siempre!
Tras reconocer el aluvión de bienes de tu generosa providencia, debe, tiene; sale, rebosa de nuevo... la gratitud por tus constantes atenciones, por esos inmerecidos mimos con esta ínfima motita del universo, a la que tanto amas, que soy yo.
Me diste la vida. Y después, me vas llevando, cada día, al corazón del Misterio para que te pueda contemplar, a través de tus obras, por todos tus gestos.
¡¡Gracias DIOS mío!!

Estas Señor, son unas palabras que hoy he sentido la necesidad de decir. Supongo que también es el inicio de una especie de diálogo (de oración) que con tu ayuda, nunca quisiera terminar.
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*   *   *   *  
 

2 comentarios:

Angelo dijo...

Me alegra haber coincido en el mismo tema hoy. Un beso

Rosa dijo...

¡Gracias!

Besiños, Militos querida.

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